Anoche soñé que estaba sentada en el banco de los atletas y era mi turno de subir a la barra para hacer los giros. Me traían el talco y las cámaras filmaban cada una de mis reacciones. Yo estaba aterrorizada, ¿cómo podía estar en las olimpíadas si siempre me elegían última en los equipos de la clase de gimnasia?
Milagrosamente -acá tendría que haber notado que era un sueño- subía y hacía las cosas bien, giraba con gracia, caía parada.
Después volvía a mi lugar en el banco -las cámaras filmando cada una de mis reacciones- y entonces, lo peor: la necesidad, la obligación que en los atletas carece de todo sentimiento de pudor. Sacarme la ropa y ponerme los pantaloncitos de descanso frente a un auditorio de millones de espectadores.