Our wills and fates do so contrary run
That our devices still are overthrown;
(Hamlet, 3.2.208)
En Río Tercero (que en este caso podría ser cualquier otra ciudad del interior del país) existen siempre dos, y no más de dos boliches a la vez. Y ambos están en extremos opuestos de la Rueda de la Fortuna: nunca pueden estar los dos arriba, ni los dos abajo. Nadie sabe cuándo empezó esa lucha eterna, ni cuál fue el primer boliche en abrir, pero supongamos que yo llegué a esa ciudad cuando convivían dos discotecas a las que arbitrariamente (o no) llamaré Hot Point y Recicle. Hot Point era la más antigua, y eso significa que tenía alrededor de quince meses de vida. Recicle recién abría sus puertas de latón y no pasaron más de dos meses antes de que aquél, más viejo, se fundiera y éste quedara como el dueño indiscutido de la noche riotercerense. Pero ese dominio no duraba (porque estos dos son solamente ejemplos) más de unos diez meses. Después de ese tiempo, un nuevo boliche abría sus puertas donde había estado Hot Point, y la gente dejaba de ir a Recicle para volver al predio que habían abandonado sólo poco tiempo atrás. Este movimiento dialéctico (porque el nuevo boliche siempre era una síntesis de los otros dos) duraba eternamente: Recicle fundía y el “nuevo Hot Point” reinaba hasta que abría un “nuevo Recicle”, y así para siempre.
La última vez que fui a Río Tercero experimenté el horror de saber que más de un boliche estaba funcionando a la vez. Crecimiento demográfico. Fin de los tiempos.
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