o Uno confiesa en estos lugares semi públicos, semi privados, todas las cosas que no se atrevería a decir en ninguna reunión de amigos.
Hoy, mientras el deber me llamaba a terminar una monografía sobre la violencia y Manuel Puig, (este dato no es menor) entre otras cosas, me quedé paralizada frente al televisor por más de tres horas mirando el homenaje a la Princesa Diana que organizaron sus hijos y que transmitió
VH1 desde las doce del mediodía. Las estrellas invitadas actuaban intercaladas con testimonios grabados de gente que la conoció, generalmente en alguna de sus obras de caridad. Todo tan bien hecho, tan bien editado. En general los cantantes eran algunos de los favoritos de Diana y por eso también actuaron el English National Ballet y algunas estrellas de comedias musicales.
Las imágenes de la princesa en África o en alguna casa de enfermos de HIV siempre me produce la misma inconfesable sensación de emoción. Siempre peinada, siempre perfecta, como una Barbie. Y pensándolo un poco, Lady Di es como la encarnación de la muñeca rubia, siempre bien vestida pero haciendo toda clase de cosas, Barbie maestra, Barbie astronauta, Barbie embajadora. Barbie buscando minas sin explotar en Angola, Barbie hablando el idioma de los sordomudos. Barbie casada con un nabo amante de los caballos.
El mismo año en que murió Lady Di murió también la Madre Teresa de Calcuta, pero la muerte de esta última no tuvo el impacto (ni mediático ni emocional) que tuvo la muerte de la princesa, tal vez porque la monja usaba siempre la misma ropa y además, digamos la verdad, las monjas nunca fueron muy populares. Una mujer, hecha para el sexo, para tener hijos, para ser linda, que elije ese destino de ascesis… es casi un pecado.
A mí, que soy sudamericana, que no tengo ningún tipo de lazo afectivo con la realeza, me emociona ver un homenaje a Lady Di, tal vez porque es un personaje absolutamente pop. La Madre Teresa me produce una admiración enorme. Lady Di me hace llorar.
Para no sentirme tan culpable por no estar haciendo lo que debería, concluí que si Manuel Puig hubiera vivido unos años más tal vez habría incluido a la princesa Diana en alguna de sus novelas. Porque no quedan muchas mujeres como Norma Shaerer o Rita Hayworth.
Cada uno hace con su vida lo que puede, no? Yo prefiero las visitas de Lady Di a África que las cenas de caridad que hacen en Hollywood.
Creo, además, en los homenajes, que son diferentes de los conciertos como el Live 8 que me pareció una farsa total, aunque participaran algunos de los mismos artistas. Estoy segura de que a la gente que fue al Live 8 no le importaba en absoluto la pobreza o la preservación del medio ambiente, y en cambio las señoras gordas que fueron al
Concert for Diana seguramente tenían algún tipo de afecto por ella o le llevaron flores cuando se murió.
Al final del día siempre son los mismos los que ganan plata, claro, los productores y las discográficas y bla bla bla, pero al fin y al cabo vivimos en un mundo de entretenimiento. El que nunca vio televisión, ni se compró un CD, que tire la primera piedra.
Y ahora despierto de mi sueño pop, que mañana entrego y todavía me falta la mitad.